Martín de Ruzcabado fue
seguramente
un hombre zafio, siniestro y pecador. Mas
cuando Goya lo trazó con su pincel,
y lo alumbró con un fanal de triste luz,
y lo vistió de blanco,
y lo hizo arrodillarse
con los brazos extendidos,
y lo dispuso para recibir a gritos
el destello de la muerte,
quedó él trocado en la vulnerabilidad
suma.
Yo no concibo al picapedrero Martín
como a un ramplón exaltado
en la reyerta,
sino como al inocente
manso
que resplandece
de terror y asombro
y no comprende el
motivo de tan fatídica represalia.
El portento, lo ha realizado
el genial aragonés;
sólo con creer lo que no era,
sólo con admirar al despreciable.
¡Divino demiurgo…!
El ideal es la única fuerza creadora.
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