Génesis

Yo, creador sin nombre,

miré al vacío y guardé silencio.

El mundo yacía en sombras,

sin rostro ni voz,

como un lienzo oscuro esperando

el susurro de mi voluntad.

"¿Qué eres?", pregunté a la nada,

y la nada me respondió:

"Soy lo que tú quieras."

Me llené entonces de ímpetu.

Y, con palabras, tejí montañas;

mares que rugían y temblaban;

cielos que ardían y soñaban.

Moldeé relieves, colores

y nuevos latidos.

Cada uno de ellos

era un reflejo

de mis propios anhelos.

"Vivirán", murmuré,

"y serán libres."

Pero un eco premonitorio 

retumbó en mis entrañas

(la libertad es un aliento

que arriesga y fracasa,

es un juego de azar donde

todo es volátil).

Los seres alzaron sus rostros

y me miraron con ojos de fuego.

“¿Quién eres tú que nos das la vida,

y al mismo tiempo nos dejas?”

Los observé desde las alturas,

entre el orgullo y la duda.

"Yo soy quien os dio forma,

la chispa inicial,

el susurro en la tormenta".

"¿Por qué estamos aquí?" insistieron.

"¿Por qué sois tan impertinentes?"

"¿Acaso no es suficiente

respirar,

sentir el pulso,

y entregarse al caos?"

Pero ellos, obstinados,

buscaban respuestas,

con hambre feroz.

"¿Por qué, si puedes todo,

nos haces incompletos

y frágiles?"

Me quedé mudo

en su reproche.

No quise contestarles

(su fugacidad los volvía 

bellos

en la contradicción

de ser infinitos

a través de su breve danza).

Y mientras ellos se disolvían

en el río de su tiempo,

también yo

empecé a debatirme:

"¿Por qué y para qué 

yo existía?"

"¿Será que aquellos seres

me habían creado?"