“No es cierto que un poeta no te pueda noquear, no es cierto que un boxeador no sepa acariciar. No es cierto que un verso no pueda arrancarte la cabeza. No es cierto que un humorista no te pueda hacer llorar y pensar. Hovik Keuchkerian no es sólo un doble campeón de España de los pesos pesados sino que es un hombre capaz de hacer pedazos todas las certezas.” Javier Gallego
HOVIK KEUCHKERIAN
Mi suegra suele decir: “soldado advertido
no muere en guerra”;
un viejo adagio, asimismo, afirma
que nadie puede quedar K.O.
si ve venir el golpe e imagina
no ser derribado.
Dichas aseveraciones
(aparentemente falsas)
no evitan esa negligencia mía
por la cual siempre acabo
con la boca llena de sangre
o un ojo fuera de su órbita.
Y es que la voz
de Hovik Keuchkerian,
a veces, me visita y me alecciona
en la exasperante sapiencia
del aporreamiento.
Golpea Hovik
a toda Keuchkerian,
crepitan las cuerdas;
me tambaleo desesperado
esgrimiendo trazos cortos
y bizantinos juegos de piernas.
Pero cómo fajarse entre
esas palabras
bajo su hálito deslumbrante.
Tentativos borrones de sudor
responden a ganchos de izquierda,
me resulta fútil lanzar crosses
de derecha disueltos en el aire.
No dirijo más que inofensivas palmadas
a su penumbra siamesa.
Bajo los focos de este corral caliente,
retumba Hovik a toda Keuchkerian
reverberando en mí
la distorsión onírica de sí mismo.
Ásperos y benditos lectores
de mis ensueños se disgustan
en desdén de risotadas
a mis espaldas:
—¿Hoy te levantaste
y decidiste hilvanar garabatos?
—¡Payaso de feria!, ¡improvisador de sombras!
Yo, que no soy púgil nobel
en esto de la verborrea,
me levanto y pe…leo,
pelele y escribo, escribo y lucho
entrelazado con su presencia.
Pero él sigue –raudo, crudo, indescifrable–
y en pasmosa obstinación
desborda parafernalias de silogismos.
No entiendo nada, me siento estúpido
pero por otras razones
(ahí no hay nada que entender).
La necesidad acosa… ¿cómo salvarme?,
¿cómo mostrar pegada en gimnasios
de libros tras años de sacrificio?
Ya no emito más que bramidos
de erudición vaga. Lágrimas irascibles
desafían a la silbatina vergonzante
de befas, abucheos y rechiflas.
Hasta que llega mi mujer
a consolarme:
—¿Por qué lloras, si todo eso que escuchas
no es más que perorata?
—Porque lo que siento es verdad.
—Pues sácatelo inmediatamente de la cabeza.
Aquí se hace notar la lucha por la escritura. Se siente que así fue el proceso de escribir el texto