Dicen que solo eres
un paseo sobre una cordillera.
Dicen que tu trabajo se reduce
al pavoneo constante,
como el de una serpiente engreída
entre las montañas.
¿Y acaso de qué sirve tu alto muro,
esa fortaleza que finge separar mundos;
si en el interior de lo que proteges
quedan atrapadas
las sombras que nadie quiere enfrentar?
¿Qué propósito tiene encerrar un reino
si el enemigo no acecha fuera,
sino que habita, silencioso y feroz,
dentro del corazón de su guardián?
Los farallones no apagan
la vorágine interior,
no frenan los pasos del miedo oculto.
El muro es prolongado, interminable,
pero en otra parte
yace la batalla verdadera.
Así, recorro el bulevar de tu cresta.
No me siento conquistador,
sino cautivo,
porque sé que la mayor guerra
no se libra contra otros,
sino conmigo mismo.
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