Cada día encuentro menos recovecos
donde la oscuridad se recoja,
donde la brisa se preste al diálogo
y una voz interior inicie
un delicioso coloquio sin invitados.
Los mapas devoran los vacíos,
los caminos se extienden
como venas metálicas,
y el silencio
(ese antiguo guardián)
se retira a los márgenes.
¿Qué queda de esos refugios
donde el tiempo no corría?
¿Qué fue de aquellos escondrijos
donde la soledad era hogar,
y no condena?
Cada día escasean más los recovecos,
menos grietas para lo intangible,
menos huecos para pensamientos
que necesitan su espacio para crecer.
A veces pienso
que los recovecos no desaparecen,
sino que se camuflan,
y están ahí esperando
para que yo me acostumbre
a verlos,
para que yo aprenda a oírlos
dentro de sí mismos.
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