Tengo encima de mi mesa
los evangelios,
el manifiesto comunista,
un televisor
y una cerveza.
Pareciera que Jesús y Marx
conversan conmigo
codo con codo.
Oye, Marx...
mira estas ofertas.
No solo me dominan,
es que también me seducen.
"Debes romper tus cadenas",
me responde con amargura.
¡Pero si las forjaron de plástico,
las llenaron de azúcar, y yo
(con sumo gusto) las consumo!
A ver, Nazareno...
¿Tú me azotarías porque cambié
el templo por un centro comercial,
y la cruz por un logo?
"No se puede servir a dos señores",
me increpa Él.
No conozco a mi señor,
solo creo que me rendí
como cualquier otro
a la promesa fácil,
al placer instantáneo
y a la dulzura y acidez
que se disuelven.
Y yo les pregunto a ambos:
¿A dónde se fue la revolución?
¿Cuándo se apagó la fe?
Jesús guarda silencio.
Marx enciende un cigarro.
(Revolución y fe,
tal vez, cayeron
en burdas manos.
Seguramente,
alguien las compró
con oro sucio
cuando los estandartes
se volvieron harapos
y los héroes,
simples tiranos con dudas).
Pienso en Jesús
(sólo encuentro
la resignación
de amar sin justicia).
Considero los postulados
de Marx
(sólo siento
el martillo frío
de la justicia sin amor).
Los tres observamos la pantalla
(el cuerpo de una desconocida
grita imágenes de piel y deseo,
después ella nos vende
el porvenir en cuotas).
No quiero decepcionar
a mis contertulios.
No quiero mostrar esto
(la libido es mi brújula,
lo delicioso guía mis pasos,
no me importa si es fatal
mi idolatría
al banquete de la existencia).
Y Jesús, Marx y yo
seguimos debatiendo
mientras rebosa
la espuma de mi cerveza
(más venerada que el pan).
Comments