La grabaron cuando el mar
aún no conocía nombres.
Se enredaba en su propio laberinto.
¿Qué significaba para
quienes la tallaron?
¿Era una señal para los dioses,
un mapa hacia la consciencia,
o solo un anhelo atrapado
entre la tierra y el cielo?
Hoy queremos descifrarla,
darle un sentido
y todos encontramos en ella
algo distinto:
el inicio de un viaje,
el regreso a nuestro interior,
un ciclo interminable…
Pero las manos que la grabaron
son solo polvo y olvido.
Y ella sigue allí, quieta,
inmutable,
enredando historias,
como si guardara un secreto
únicamente relevado por el silencio,
en largas noches donde sólo
la acaricia la luna, y la espiral,
sempiterna,
vuelve a girar.
Sólo un filólogo que mira la maraña de los signos indescifrados puede conmovernos con su poesía que hace hablar las piedras de inscripciones, cuyo evocado sentido, el filólogo amante de las grafías del pasado, casi las hace tornarse palabra en el tímpano de la imaginación. Gracias poeta Alberto por esta evocación de lo intangible que está en la marca hermosa de la piedra antigua. R.D.F.A