No importa cuán tierno
te crees que eres;
ni cuántas bellas intenciones
decoran tus actos.
En algún rincón,
en un recuerdo ajeno,
te volviste la nube negra
que eclipsó un día soleado,
el patán infame
que quebró el brote
de un anhelo.
Quizás fue un desaire inadvertido,
una respuesta mal dicha,
o el simple acto de existir
en el lugar equivocado,
ante una presencia inoportuna.
Alguien te trazó con colores oscuros,
alguien te esbozó con rasgos
que no reconoces.
"Esa persona no entiende", pensaste.
Porque, ¿acaso tú, villano,
comprendes que lo eres?
¿Acaso te ves a ti mismo
como un miserable?
No.
Tú, como cualquiera,
crees que actúas desde tu verdad,
desde tu dolor,
desde tu sentido de la justicia.
Entonces, ¿no te has dado cuenta?
No eres más que otro actor
en una trama imperfecta,
donde la proyección
de luces y tonalidades
se superponen y se confunden
como en un caleidoscopio.
No eres ni héroe ni monstruo,
solo un figurante.
Y tropiezas en el guion improvisado
de la vida,
sin percatarte
de esas otras narrativas,
donde tu nombre aparece
en los créditos
como el antagonista.
Cómo se puede hablar de algo tan cierto y duro de la manera más inteligente? Los poetas lo logran. Estos versos revelan la realidad que siempre he visto y que diría, quizás, con rudeza. En cambio, tú lo haces bello aunque sea duro.